jueves, 10 de septiembre de 2009

literatura


¿Alguna vez la enseñanza de la literatura se preguntó por su objeto?

Digamos que, mientras la literatura que se leía en la escuela estaba exigida por las políticas y los conflictos culturales que trajo aparejada la inmigración de principios del siglo XIX, la pregunta no era necesaria. La pregunta, entonces, estaba demás, en la medida en que lo seleccionado, el recorte, concebido como un todo, se ajustaba a una concepción de la literatura construida alrededor de la norma culta. Esa pregunta recién se formulará en las aulas en la década de 1960 y se plasmará como crítica, promoviendo una impostergable revisión del objeto, a fines del siglo XX.

Reflexionar sobre el origen del término “literatura” nos ayuda a reconocer dos procesos lentos y simultáneos. Por un lado, tal como lo ha estudiado el sociólogo Pierre Bourdieu, en el Renacimiento se constituye un espacio especialmente dedicado a la producción de bienes simbólicos. Ese espacio, al que el sociólogo francés nomina “campo intelectual”, nos sirve para identificar de qué modo las producciones intelectuales y sus instituciones, desde el artista hasta el marchant, desde el escritor hasta el editor, desde el mercado hasta la academia, se vinculan con y funcionan en la estructura social.

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